Wednesday, June 8, 2016

El mercado Fátima, hecho a mano por sus propias vendedoras

Han pasado unos minutos de las 9:00 y el trajín en el interior del mercado Fátima no para. Los compradores -la mayoría mujeres- no dejan de llegar. Las vendedoras se afanan acomodando sus productos. Se esmeran poniendo a la vista sus mejores cortes de carne de res, de pollo, cerdo y de vísceras (hígado, corazón, panza y otros). Lo mismo pasa en el sector de abarrotes y verduras, donde las caseras -parece - sacan brillo al tomate, a las zanahorias o cebollas para acomodarlos uno sobre otro.

Sus manos prácticamente vuelan. Sobre todo de las vendedoras de verduras: escogen su mercadería, la colocan sobre sus balanzas, calculan el peso, poniendo y sacando los productos, e inmediatamente calculan el precio y extienden la mano para cobrar.

En ese ajetreo prácticamente nadie tiene tiempo para conversar, menos para acordarse cómo se creó el mercado. "No sé, soy nueva, no sé nada, señorita”, son las respuestas cortantes de la mayoría de las vendedoras, cuyos rostros están llenos de desconfianza y hasta de mal humor.

"Pregúntele a la maestra mayor, a las dirigentes, ellas saben. Están en el comedor”, responden algunas dando, por lo menos, un pequeño indicio para comenzar a buscar la historia del mercado de Villa Fátima, que se encuentra en el barrio del mismo nombre, sobre la avenida Las Américas. Esa vía comienza una cuadra arriba de la plaza Villarroel, que está en la zona de Miraflores de la ciudad de La Paz.

Para seguir la pista, Sabina , una vendedora de quesos y huevos de 66 años, es la clave. La mujer vende en la puerta principal del mercado. Está por ahí hace más de 25 años, pero no tiene un puesto adentro. En invierno siente más su infortunio porque al estar sentada en el piso, el frío le cala los huesos, pero eso parece no perturbarla en su espera paciente de clientes.

"Las bases hicieron este mercado, pero todos han muerto, menos doña Marcela, es la única que está viva”, dice la vendedora.

"Antes los puestos estaban sobre el río Chapuma, que pasaba por aquí cerquita, donde está ahora el surtidor Delta (frente al mercado)”, añade.

Una florista que está a su lado se anima también a contar cómo se formó el abasto. "Aquí terminaba la ciudad de La Paz, sólo había la plaza Villarroel. Esta zona se llamaba Caiconi, era como un basurero, y ya era el camino a Yungas”, señala.

Apenas comienza a expresarse, cuando una mujer se acerca y prácticamente la increpa por "dar información”.

"¡Ellas no pueden hablar! Usted tiene que hablar con los dirigentes”, ordena la mujer. "Le estoy advirtiendo”, añade.

La florista voltea y vuelve a la tarea de ordenar sus flores.

A unos pasos del incidente está el comedor del mercado. Allí dentro están algunas de las vendedoras más antiguas que, sin mayor problema, cuentan cómo vieron crecer su abasto.

"Eran unas siete vendedoras las que instalaron el mercado sobre el río Chapuma. Por ahí había un puente con una acera bien estrecha, que cuando pasaban los camiones a Yungas había que desalojar. Como todo era tierra, sabíamos que algún camión se acercaba cuando veíamos la polvareda. Todos teníamos que levantarnos”, cuenta Flora Machicado, vendedora de desayunos.

Añade que en los años 70, aproximadamente, el alcalde de entonces, Armando Escóbar Uría, les entregó la vivienda donde se encuentra ahora el comedor. En la infraestructura funcionaba entonces el colegio Hernando Siles, que fue trasladado a la plaza Arandia, también de Villa Fátima.

"Él vino en persona a poner la piedra fundamental, rompieron una botella de champaña. Nosotros lo hemos recibido”, añade.

Al lado de la escuela había un canchón, donde Escóbar Uría determinó que se construirá el resto del mercado. Flora remarca que se cumplió con la instrucción, pero que lo hicieron "las bases” (vendedores) guiadas por maestras mayores y dirigentes, en su mayoría carniceros, que organizaron sendas acciones comunales para construir los puestos con adobes.

Recuerda a doña Delfina, una mujer ya mayor que vendía carne de cordero. También se acuerda de los carniceros Manuel Limachi, de Lucas Poma, Víctor Callisaya, Reynaldo Quispe. "Ellos son los fundadores, pero han muerto. Apenas debe existir doña Epifana, unas cuantas nomás ya somos”, añade.

Flora recuerda también a algunos vecinos que apoyaron el crecimiento del mercado: Ángel Flores, Benedicto Segales, Calvimontes, Jurado, "caballeros antiguos”. La mayoría de estos vecinos tenían sus propiedades cerca del abasto y hoy las familia de algunos son propietarias de los grandes edificios llenos de comercio que están alrededor del mercado.

Lidia, una vendedora de utensilios de cocina, comenzó siendo vendedora ambulante del Fátima y ha visto cómo el abasto se convirtió en uno de los más importantes de la ciudad de La Paz.

"Aquí vienen a comprar de todas las zonas de La Paz porque tenemos todo. Carne, verduras, frutas, utensilios de cocina, hasta ropa hay y cada semana crece más”, dice.

Está convencida de que ese crecimiento de rubros compensó el hecho de que las fábricas que había en Villa Fátima hubiesen cerrado.

"En esta zona estaban la fábrica de fósforos, Pepsi, Punto Blanco y otras, y sus trabajadores venían a comer al comedor, pero esas fábricas se cerraron y bajó el movimiento”, comenta.

Pero es evidente que el cierre de fábricas no frenó el crecimiento del abasto, que ahora abarca a más de cuatro calles de Villa Fátima.

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