Sunday, March 26, 2017

Sobreviviendo en el Barrio Chino



Desde el 700 hasta el 800 de la calle Sebastián Segurola proliferan los “Albertos”. No es que pertenezcan al linaje de alguna verraca personalidad ni que hayan heredado el nombre de algún protagonista de moda, como sucede con los “Marco Antonios”, por ejemplo, aquel recordado personaje romano al que dio vida el galés Richard Burton en la película Cleopatra (1963). Es así como se les llama a los “vendecositas”, esos comerciantes-rescatistas en aquel pequeño-gran mercado a cielo abierto donde sus moradores sobreviven con la venta diaria de su depreciada mercadería. El nombre de esta gran feria es Barrio Chino, donde se puede encontrar desde un clavo oxidado hasta un celular de última tecnología. Allí se cuecen las historias más increíbles de supervivencia en tan solo una cuadra de marginada amplitud.

Pablo y Jaime se encuentran en él portando un par de libros de la pasada gestión colegial. Y en cuanto los muestran a los interesados, son “asaltados” por estos “vendecositas” que acuden zarandeados a ver de qué trata la oferta. Los dos amigos regatean un precio y luego se marchan felices tras haber consumado la transacción. “Esta mercadería tarda en salir, pero son libros de colegio, siempre hay algún interesado”, explica el gratificado negociante.

También llamado Thanta Katu, que viene del aymara y significa algo así como “mercado de lo viejo”, esta feria de lo usado tiene su origen a unas cuadras de allí, según una investigación de alumnos de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Católica Boliviana (UCB), en las inmediaciones de la Basílica de San Francisco durante la década de los 40 del siglo pasado. “Esta organización fue fundada por los beneméritos de la patria tras la Guerra del Chaco, quienes vendían su ropa y artículos para obtener algo de dinero y pagar sus pasajes para poder retornar a sus lugares de origen”, afirma Martín Calcineras, fiscal general de la Cooperativa en ropa “Sebastián Segurola”, también llamados los “ovejeros”.

Hace más o menos 50 años que se instaló en esta calle del barrio de Chijini zona Max Paredes, y aunque también ganó sede en la Isaac Tamayo con la denominación de “Consulado japonés” en los años 80, donde los vendedores se citaban desde la madrugada hasta que el tráfico de vehículos los invitaba a desalojar la vía, finalmente la feria terminó posesionada en la Sebastián Segurola.

Don Leonardo “‘Favio’, pues canto todos sus temas”, es uno de los habituales del lugar en su puesto de medio metro donde hay tres destornilladores, un par de zapatos de niña, una chalina, un par de lentes de aumento y una cámara de llanta de bicicleta. Él está allí desde las nueve de la mañana y permanece sentado en su puesto hasta el mediodía, “cuando ya hice algo para mi ‘rancho’ (comida)”. Se retira porque prefiere evitar conflictos con los agremiados que empiezan a caer después de la hora del almuerzo. “Aquí hay tres sindicatos; los ‘ovejeros’, los gremiales y los de venta de celulares”, dice. Su hermano empezó con el oficio y lo instó a mantenerse en actividad con la venta de artículos usados.

“Vengo a vender mis cosas, para qué voy a dejar, mis hijos tal vez se olviden o los tiren, así que prefiero sobrevivir con esto”, cuenta este señor de alrededor de 70 años que ya lleva 20 en el “negocio”. También explica que mucha de la mercadería que oferta pertenecía a sus propios familiares, “estos zapatos por ejemplo eran de mi nietita. Pero como ya no le hacen y en vez de que sus papás los tiren los ofrezco a la gente”, dice sobre ese par de zapatitos de charol que sugiere en Bs 20, pero tras pronunciar la frase y la duda del interesado baja a 15.

Un comerciante ofrece relojes de las más variadas marcas.

El Barrio Chino se encuentra aprisionado entre dos calles de intensa actividad comercial; hacia el norte desafiado por las chifleras —señoras que venden fetos de llama preparados para consagrar mesas de ofrendas— y venta de ropa y accesorios deportivos, y por el sur con la exposición de artefactos electrónicos, hojas de coca y tiendas de abarrotes. Y en sus aproximadamente 100 metros de extensión se ubican lustrabotas, zapateros, “comideras”, “cafeteras”, baños públicos, técnicos electrónicos, “videoapis” (salones de exhibición de películas HD), vendedores ambulantes y los siempre habitantes tradicionales de la zona norte conocidos como aparapitas (cargadores), en un verdadero hormigueo de gente que va, viene, pregunta, responde, compra y vende.

Según don Leonardo, varios de estos puestos se encuentran en manos de familias enteras “como muchas de las ferias de La Paz, se turnan entre padres, madres e hijos”. Y también están de aquellos que rompen un paisaje condicionado por la marginalidad: la de visitantes furtivos provenientes de otras latitudes. “Vienen muchos ‘gringos’; no sé quién hizo correr la voz pero empezaron a aparecer hace algunos años para vender sus pertenencias, como mochilas, bolsas de dormir, chamarras; alguna vez hablé con alguno de ellos y me dijo que para qué los iba a llevar a su país de vuelta, que por eso los vendían”, cuenta el fanático del melódico argentino autor de canciones como Muchacha de abril o Ella ya me olvidó.

Feria. En el Barrio Chino existen “videoapis” donde se exhiben películas por Bs 2.

Son cerca de 4.000 gremiales, cuenta otra dirigente de nombre Nieves. Ella explica que por el lugar de hasta dos metros realizan un pago anual a la Alcaldía de Bs 100. Cerca de su puesto al lado de una barraca, circula un trío tambaleante de rostros con la mirada perdida y cicatrices en sus mejillas. Nieves acepta que hay muchos delincuentes que atraviesan aquella arteria, ya sea ofreciendo mercadería robada o tratando de delinquir al más puro estilo del “descuidista” (ladrón que aprovecha el descuido de su víctima). “Por eso vienen los policías, también los gendarmes. Nosotros somos comerciantes y no sabemos el origen de lo que nos venden; pero para que la ciudadanía no corra peligro se han instalado dos cámaras de seguridad”, dice doña Nieves, quien “abre” de lunes a domingo y cuenta que alguna vez los vecinos pidieron el cambio de barrio de la feria. “Hace unos 20 años teníamos que irnos a la exestación (de ferrocarriles), pero como somos tantos no pudieron reubicarnos”.

Un oficial que no quiso ser identificado admitió que la zona es declarada como “roja” debido a la presencia de malvivientes. “Por las noches es donde más rondamos pues sabemos de la presencia de alcohólicos y delincuentes; en esta zona venden cosas y objetos robados y aunque la iluminación ha mejorado, sigue siendo una calle peligrosa”. Doña Nieves lo contradice. “Nosotros cuidamos de que no pase eso; no toda la gente tiene recursos y a veces vienen de noche padres con sus hijas a comprar celulares, por ejemplo”.

Los “videoapis” ofrecen funciones continuas de películas de estreno a Bs 2; los platos de comida tienen un costo de Bs 4, “aunque yo no les garantizo”, dice don Leonardo, y se puede encontrar mercadería desde Bs 2 hasta Bs 500, en el caso de los electrodomésticos. “Hay de todo, lo único que pedimos es que no piensen que todos los que estamos aquí somos ladrones. Muchos apenas ganamos para la comida”, justifica don Leonardo, quien al ver que ha llegado el mediodía guarda su mercancía en una mochila de cuero y cuenta las monedas que obtuvo por un destornillador que lo acompañó por más de 15 años.

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